Andrés Rueda, 2017
“Nocturno I, Gran Vía”
Luz sobre lienzo.
De nuevo Andrés Rueda regresa a
la Gran Vía de Madrid, cuyos fascinantes crepúsculos ha pintado ya tantas
veces.
En esta ocasión ha dejado que el
sol se ponga, que acabe el crepúsculo, que avance la noche, que el cielo pierda
las cintas de colores de cada tarde y se quede así desprovisto de protagonismo.
Esta vez no es la luz del cielo
la que reclama su atención y la nuestra, sino las luces desquiciadas (como él mismo dice) que iluminan e incitan el
devenir frenético de las criaturas que
habitan ese espacio a nivel de suelo, afanándose en un disparatado ir y venir sin sentido, como hormigas
enajenadas que se esfuerzan en correr deprisa,
deprisa, sin comprender del todo para qué.
Pero también el ruido que ese
frenesí produce y que alimenta esa locura. En efecto, el ruido está en el
cuadro.
En la pintura aparecen tres
niveles que subrayan el contraste entre la serenidad del oscuro firmamento
nocturno y la estridencia demente de
la gente en las aceras y del tráfico en
las calzadas. Un tercer nivel intercede
entre ambos: las fachadas iluminadas, que parecen querer
despegarse del absurdo bullicio y huir, elevándose hacia el denso silencio del cosmos.
Como siempre, Andrés Rueda vuelve
a sorprender con su manejo de la luz, como si en lugar de pigmentos tomase
porciones de luz directamente del escenario que pinta y las depositase después
en el lugar preciso del lienzo. Así, la cartela de este cuadro debería decir:
Pilarr JC.
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