02 abril 2011

Paisaje con torre

Encargo, del amigo y coleccionista de mi obra Ángel de Celis. 120 x 90 Vista aérea de su pueblo natal,Fontecha de la peña, Palencia
EL PAISAJE DE TORRE VAL
1. El día "Qué descansada vida, la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido". La tarde se alarga en Torre Val. Un sol carente de malicia sobre un cielo purísimo y uniformemente azul contempla el camino mientras ilumina con maestría cada rincón de este bello paisaje. Parece que siempre haya sido así. Aquel lagarto, el vuelo de las mariposas, el zumbido de las moscas, el caminar lento de las hormigas, el trinar de los pájaros están aquí para corroborarlo. La tela de araña entre las piedras parece indicar lo inmutable de este lugar. El hombre también tiene derecho a este paisaje, pero desde el interior de cada piedra, de cada árbol, de cada hierba hay algo que avisa, algo que grita contra el poder ilimitado de la especie humana y que suplica la pervivencia. Acaso las desgastadas montañas, que son el límite sur del paisaje, permanezcan allí para mostrar que siempre han existido y que nada terminará con ellas. "El ciego sol se estrella, contra las duras aristas de las armas, al destierro con doce de los suyos, polvo, sudor y hierro el Cid cabalga". El paisaje está desordenado. La naturaleza es sabia. Ninguna cosa es igual a otra pero todas cumplen su función integradora. Hay un aire perfumado de armonía. Cada elemento es lo que debe ser y cuanto más es él mismo, cuanta mayor es su diferenciación, más grande es a su vez su razón de ser respecto a los demás. Hasta la suave brisa de verano reclama manifestarse y mueve las ramas de los fresnos y robles al mismo tiempo que acaricia sus troncos, que hacen gala de una indiferente pasividad. También las zarzas penetran en el camino en un intento desesperado de alargar los días de agosto hasta que les llegue el momento de ofrecer sus moras al caminante. Pequeños ruidos, olores embriagadores y panorámicas radiantes se mezclan y confunden bajo un cielo que no parece tener principio ni fin, pero que se adivina en su inmensidad azulada simple y perfecto. Los insectos se erigen en guardianes de este mundo apartado y atacan sin contemplaciones cada paso de desvergonzada intrusión en sus dominios. Saben perfectamente que en este decorado su tamaño poco importa. Cada cual interpreta su papel con plena libertad. Hasta los ariscos cardos tienen su lugar reservado porque también ellos conservan algo de grandeza. No puede ser de otra forma. En la variedad de sus elementos el paisaje de Torre Val de San Pedro halla sus rasgos genuinos y en la autenticidad de sus formas plantea sus postulados de supervivencia y belleza. Tierra segoviana, tierra castellana, tierra milenaria. Cómo pedirte explicaciones por tu fisonomía extrañamente montañosa si estabas aquí mucho antes de lo que la imaginación quisiera. Tú, que has visto con total estatismo nacer y morir imperios. Tú, albergue obligado de hombres que sostenían entre las manos un arado o un fusil y que luchaban por un poco de pan o quién sabe si por un pedazo de gloria. El destino de los humanos poco te importa. Tú seguirás aquí, imperturbable, cuando ellos se hayan ido. Acaso demostrarás una vez más que posees la inteligencia y la verdadera medida de todas las cosas. La explicación de la vida no se debe buscar más que dentro de tus límites porque has existido y existirás desde siempre y para siempre y contienes en ti misma la verdad sin necesitar de nada ni de nadie. Cada paisaje diurno encierra su explicación en la esencia de cada elemento que contiene. Y tú, tierra segoviana, te sientes orgullosa por ello. 2. La noche Cae la noche en Torre Val. La oscuridad flota en el ambiente y un tono de solemnidad acude a los campos y lo invade absolutamente todo. Cada cosa queda impregnada de sombra y deseo: el deseo de ser siempre lo que se es a la vista de los demás porque la oscuridad unifica y transforma cualquier bello trazado en un esbozo. Una última franja roja se pierde por el límite oeste y con ella la noche se adueña definitivamente del entorno. La oscuridad se llena de símbolos. Dos cruces altas de piedra, con un sentido religioso, sobresalen en este lugar. Una pequeña, también pétrea, da cuenta más allá de una aventura que terminó en tragedia. Algunas de madera, sin aire de leyenda, transportan sobre sus hombros los cables de alta tensión. Todo es ruido minúsculo. Todo es negrura. Todo es sosiego. El capote celeste se torna de un color indefinido y sobre él comienzan a aparecer puntos luminosos que parecen pedir su oportunidad. Son el punto obligado de referencia. El tiempo tiene aquí otro sentido. Las horas parecen detenerse y pasan muy lentamente, como recreándose. El dios Cronos se une en la noche a la diosa Contemplación para que animales, plantas y personas miren hacia dentro y se vean a sí mismos. Cada momento dicta sus deseos. La noche impone algo de fantasía y muchos enigmas. El paisaje de Torre Val de San Pedro ha cambiado su faz para acceder a ellos. La luna ilumina muy débilmente el perfil de las montañas. Diríase que todo ha perdido su esplendor, su luminosidad, su esencia, pero no es así. Los arbustos, los prados, las casas, los caminos siguen siendo genuinamente ellos. Están en los mismos lugares. Hay que intuirlos. De día, el paisaje se explicaba por la esencia de cada uno de sus elementos. De noche, el paisaje de Torre Val deja de ser un todo, adquiere una nueva significación y se convierte en un elemento más del Universo. Ahora la brisa releva a los insectos y saluda a todos con un mensaje apaciguador. Algo hay en la noche que funde al hombre con su tierra. Algo ronda por ella que nos hace viajar al infinito. Algo tiene en sus entrañas que hace sentirse desamparado al paisaje. Hermano árbol, amiga montaña: ¡abandonad vuestra ubicación siquiera con el pensamiento! ¡Solidarizaos con las brillantes hijas de la noche! Todo paisaje nocturno tiene su explicación oculta en alguna parte. Sólo hay que mirar a las estrellas para conocerla.

CARLOS DE LA CALLE MARTÍN

Nací en Madrid (España) en 1963. Trabajo como periodista desde hace mil quinientos años en Antena 3 Televisión, un canal privado español que también se ve en toda América, incluido Estados Unidos. Soy redactor y a veces editor del programa cultural ‘Casa de América’ y he entrevistado a un buen puñado de escritores de lengua española de ambos lados del charco. Como todo se pega menos la hermosura, he publicado de forma individual un libro de relatos cortos y soy coautor de quince libros colectivos más. En el capítulo de las vanidades, he conseguido más de veinte premios literarios, todos de relato corto, así como varios periodísticos. Pero aunque no me hubiesen dado premios, aunque no me leyesen ni mi mujer ni los amigos más incondicionales, yo seguiría escribiendo porque tengo corazón de escritor: con el paso del tiempo, lo que escribo me parece más real que la realidad misma.

5 comentarios:

Paco Sales dijo...

Un precioso paisaje él de este cuadro con unos buenos colores y el detalle de las montañas al fondo es precioso, un abrazo Andrés

María dijo...

Hermoso paisaje.
Sus colores me traen los atardeceres en rosas, azules y lilas de mi bello pueblecito junto al mar.
Tu pintura es un bálsamo para los sentidos.
Besos.

campoazul dijo...

Un paisaje de paz y sosiego, los colores suaves hacen pensar en un pueblo hecho solo para soñar...

Besitos.

Rebecca Rosenbaum dijo...

hola Andrés,


Fray Luis de León
(1527-1591)


Vida retirada


¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruïdo
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido! 5

Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado. 10

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera. 15

¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas y mortal cuidado? 20

¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh secreto seguro deleitoso!
roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso. 25

Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de quien la sangre ensalza o el dinero. 30

Despiértenme las aves
con su cantar süave no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
quien al ajeno abritrio está atenido. 35

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo. 40

Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto. 45

Y como codiciosa
de ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura. 50

Y luego sosegada
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo. 55

El aire el huerto orea,
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso ruïdo,
que del oro y del cetro pone olvido. 60

Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se confían:
no es mío ver al lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían. 65

La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía. 70

A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada
me baste, y la vajilla
de fino oro labrada,
sea de quien la mar no teme airada. 75

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
en sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando. 80

A la sombra tendido
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado



Con ternura y carino, para tí^^

Mentxu de la Cuesta dijo...

Precioso paisaje, vuelo sobre él envuelta en colores.