21 septiembre 2016

AVILA

RETRATO INCANDESCENTE


Un artista cuya patria es el mundo, que se ha forjado como pintor lejos de allí donde nació, que ha trabajado ya sobre ciudades tan emblemáticas como París, Venecia, Nueva York, Estambul, Granada o  Madrid y que   regresa a “su ciudad” cargado de experiencia.

 Paradójicamente, el  reencuentro se produce en el mismo lugar en el que Teresa, despechada,  volvió su mirada para despedirse de Ávila mientras sacudía el polvo de sus sandalias.

Desde allí aborda  su primera aproximación  artística, como él reconoce,  a “su ciudad”. Seguramente con el respeto que provoca enfrentarse a lo más conocido, a lo que más nos importa.

Ha elegido el perfil más favorecedor de su modelo –Ávila- y la hora que tan bien sabe pintar: aquella en la que el cielo va cediendo su color, sin perderlo aún del todo y las ciudades se engalanan con sus joyas más brillantes. No los colores de la luz diurna que los muros  reflejan, sino la luz que los alumbra recayendo sobre ellos al anochecer.  Ha creado no un paisaje de una ciudad que se ilumina, sino un retrato, un retrato incandescente, que emite por sí mismo su propias luces desperdigadas por calles,  torreones y almenas.

Si Teresa encontró en la oración su “Camino de Perfección” espiritual, Andrés Rueda lo encuentra, en lo artístico, en esas ciudades radiantes en su transición hacia la  noche.

Pilarr J.C.

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