RETRATO INCANDESCENTE
Un artista cuya patria es el
mundo, que se ha forjado como pintor lejos de allí donde nació, que ha trabajado
ya sobre ciudades tan emblemáticas como París, Venecia, Nueva York, Estambul,
Granada o Madrid y que regresa
a “su ciudad” cargado de experiencia.
Paradójicamente, el reencuentro se produce en el mismo lugar en el
que Teresa, despechada, volvió su mirada
para despedirse de Ávila mientras sacudía el polvo de sus sandalias.
Desde allí aborda su primera aproximación artística, como él reconoce, a “su ciudad”. Seguramente con el respeto que
provoca enfrentarse a lo más conocido, a lo que más nos importa.
Ha elegido el perfil más
favorecedor de su modelo –Ávila- y la hora que tan bien sabe pintar:
aquella en la que el cielo va cediendo su color, sin perderlo aún del todo y las
ciudades se engalanan con sus joyas más brillantes. No los colores de la luz diurna
que los muros reflejan, sino la luz que los alumbra recayendo
sobre ellos al anochecer. Ha creado no
un paisaje de una ciudad que se ilumina, sino un retrato, un retrato
incandescente, que emite por sí mismo su propias luces desperdigadas por calles,
torreones y almenas.
Si Teresa encontró en la oración
su “Camino de Perfección” espiritual, Andrés Rueda lo encuentra, en lo
artístico, en esas ciudades radiantes en su transición hacia la noche.
Pilarr J.C.
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