CANTIGAS
I
Me ha florecido dentro tu mirada; eres toda hermosura y término de las cosas,
y tu boca amo como día amanecido.
Tu sonrisa es esplendor bajo mis párpados;
pero yo abro mis ojos y, como palomica blanca,
tu abres la boca y me los cierras nuevamente.
II
Nuestros cuerpos se incendian cada vez más y más,
y esta disolución amo y procuro.
¡Oh el tálamo florido, oh el amanecer luminoso!
III
El trino del jilguero
sobre la copa del naranjo
no quiebra
la serena opalescencia
de mi melancolía.
El horizonte azul de la mirada
son tus ojos transfigurados.
¡Ven a mí y libera una polilla
en la ceniza inerte de mi espíritu!
IV
Todos los irisados nácares del mar
se han puesto a vibrar dentro de mi
al recordar la luz blanca de tu piel,
tus mariposas traslúcidas.
Al evocar, los días, tal las tórtolas,
abren sus alas como resplandores.
¡Llegue a mí tu dulzura, oh rosa inmaculada,
esencia de hermosura!
V
El abejaruco, en las tonalidades de tu espalda,
resplandece.
Siento las carencias de tu infancia, y
te alzas desnuda en mis hontanares.
Invisible se hace el abejaruco en la alcoba donde dejo de ver,
donde vibran en ti las ardientes alas desplegadas del Fénix.
VI
Cuando no naufragan mis ansias
en los fuegos de tu pasión
se eleva en mí un salmo de dulzuras.
Si tu pasión me abrumase
se haría en mí un ave de silencio.
¡Que no se venza una pasión a la otra¡
¡crezca de nuestros cuerpos, unitivo,
el lirio de las nieves¡
VII
Han venido tus manos; están en la esperanza
como palomas en las fuentes.
¡Haz que arda en mi costado
el plácido turquesa de tus dedos,
la telaraña roja de mis venas!
VIII
Llueve, amor, y en el esmalte del trébol
siento la embriaguez del diamante.
Bajo la hojarasca mojada
mi sangre se disuelve como nieve.
¡Recógela en tus labios
para que mi frialdad fenezca
en lo mas recogido de tu cuerpo
con el sueño, la noche y el amor!
IX
Da el nuevo día luces claras,
amparos derramados, hace
el desarrimo alejarse,
transfigura a la clausura
de los sotos umbríos.
El empujón que da el viento a la arboleda
reabre la vida y su trasiego.
¿Y tú, por qué,
por qué oscureces alma como noche,
como dolor arrodillado en tu silencio?
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