Bastó una señal en la sombra,
una quimera en los pañuelos donde escribí tu nombre,
un beso nuevo ya sin sendero sino olvido.
Recuerdo los pasos uno a uno
como se labra el surco
donde luego las semillas
buscarán la luz y su forma,
una mimbre de tela por las acequias.
El agua, las formas del agua,
la letrina de otro tiempo,
la cántara donde fermenta el olvido,
los rotos pronombres en las fuentes.
Por los cubos de hielo
se confunde la frente
de los albinos.
Sobre la mesa sin límites
de los cuadernos en exilio
la portada del tiempo
escribe su asignatura,
examen del daño.
Un surco de escarcha,
los dedos en carne de fuego
y una herida
en el grito
de los tenores.
El sildo del agua,
la comisura de un secreto,
la nada del sonido.
(Inédito, Pedro Enríquez)
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