Ella era una mujer de altos vuelos,
el pasado todo hecho, brillantes huellas,
el futuro, todo por construir.
Él era un hombre que apuntaba al cielo,
un día se cruzaron sus miradas,
y ahí mismo dio su zarpazo el deseo.
A fuego lento se cuecen los amantes
en el horno de Afrodita,
no entiende de prisas el amor.
Entre palabras fue creciendo
el misterio, ¿cómo serán sus besos?
¿de qué color ese lunar que esconde?
Jinetes de pasión, corazones latiendo
a ritmo de Piazzolla, juntos
hicieron ciencia y poesía.
Crecía la amistad y la cercanía,
hasta que estuvieron tan cerca que
sólo fue posible el beso a esa distancia.
Un tropiezo y cayeron perdidos
entre sábanas y fue como si siempre
hubieran sabido dónde tenía el otro
la llave de su goce, de tanto conversar
conocían sus cuerpos desnudos
sin nunca haberlos visto con los ojos.
Después de recorrer extensas geografías,
beberse dulces ríos de unos y otros labios,
él pronunció su nombre como una letanía,
y ella entregó su goce, porque sabía
que entregar el goce es la única forma de tenerlo.
Final de la partida: jaque mate a la moral.
Hicieron tablas los amantes nuevos,
porque sólo hay ganar en este juego.
Siempre triunfan el amor y el deseo.
Alejandra Menassa de Lucia.
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