22 mayo 2018

AROMA DE U RECUERDO



La sinestesia que da nombre a este cuadro, Aroma de un recuerdo, de Andrés Rueda, nos invita a mirarlo de una manera especial. La fuerza evocadora del recuerdo queda asociada a una imagen plástica, vegetal, en un espacio envuelto con un flou desvaído, una línea de horizonte difuminada tras la huella bien marcada, en primer plano, de la rama que cae de un árbol que está fuera del espacio visible. En un segundo plano, una masa de vegetación poco definida y de un color celeste se refleja en la superficie de un estanque en el que podemos ver también la claridad de un cielo con tonalidades cárdenas y violetas.
La composición diagonal compensa así los planos, el primero bien marcado a la derecha, y el segundo ubicado a la izquierda, que se adelanta a un tercero más evanescente. Las ramas que caen en primer plano le dan presencia y cercanía a unos planos medios más diluidos y manchados.
El cuadro es atmósfera, espacio, profundidad, reflejo, introspección, memoria. No estamos ante un paisaje que haya sido transcrito en pintura, sino ante una evocación interna, soñada, alimentada de nostalgia.
La materia de esta obra está constituida por la superficie plana y blanca de la tela de algodón sobre la que el pintor ha aplicado múltiples y dispersas manchas de pintura distribuidas con un orden caprichoso y aparentemente incoherente, si nos aproximamos mucho a su superficie.
Vistas a cierta distancia estas manchas mezclan sus tonalidades en nuestra retina y el conjunto se organiza según las leyes de la percepción, que descubriera la gestalt, tras la experimentación impresionista, asignando formas y volúmenes reconocibles, espacios y profundidades, según las convenciones de la visión, de tal forma que todo cobra una apariencia tan reconocible como ilusoria.
El cuadro pintado por su autor ha sido reconocido y percibido por el espectador anónimo como una forma expresiva cargada de insinuaciones y sentimientos. El pintor ha puesto la tela y las manchas, el espectador les ha dado sentido y conformado como la representación de una sustancia.
Todo texto pictórico es el cruce de dos miradas, la del creador y la del observador atento, que al recrear atribuye, valora y agrega tonalidades perceptivas y sensitivas. Es el lenguaje de las formas simbólicas, de la materia y la forma, en una poética que no nace de las palabras, sino de un código analógico muy aquilatado y con una dilatada tradición cultural y artística. El cuadro es el pre-texto del verdadero texto interior.
Manuel Cerezo Arriaza

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