07 mayo 2017

ISTANBUL






ISTANBUL


Cuando vi la obra de Andres Rueda  por vez primera, me imaginé presenciar una puesta de sol en Estambul.  Fantasee  en la distancia con formas y espacios.  Dibujé la gran cúpula de Santa Sofía flanqueada por los minaretes como  lanceros guardianes de su princesa, [primero mora y después cristiana]. Y vi como en un  sueño  una ciudad de cuento de las mil y una noches,  y fantasee con otros tiempos y otras épocas, con moros de a caballo y con cristianos cruzados con las capas al viento y la cruz por estandarte. Y vi los tesoros  Estambul  encierra.  Y vi una ciudad  dividida en dos por el mar y muchas por los hombres.  
La mirada errabunda siguió colores y busco formas. Y mi cabeza borró formas y diferenció tonos, y encontró gamas, y encontró manchas y descubrió oro y descubrió azules y miró más de cerca, y más adentro. Y se maravilló con el juego de masas de luz sin forma. Que encajan  y se resuelven las unas entre las otras.  Y atrapa  la gran mancha rosa que, ahora, es el cuadro que el  ojo selecciona. Y se fragmenta en ese instante en trozos que rivalizan en forma y en tonalidad.  Una masa enorme cubre en ese momento  la tela. El cuadro ya no es Estambul, ahora es su cielo.  Hecha trizas, la gran rosácea  entre tonos  vivos entre manchas de oro y Y ausencia de color, y blanco que no es blanco y un negro que parece un pretexto para señalar, para recordar, que Estambul no es una ciudad, son dos. En ese cuadro.
A medida que el ojo explora, la mirada  se convierte en parte componente del cuadro. Y el diálogo que primero sostuvo el  artista con su obra, ahora lo crea el espectador con la obra acabada. Y habla con la pintura y le pintura le dice: calla. Mira, disfruta y piensa. Y yo, espectadora embelesada,  investigo la tela, experimento la pintura, y pienso: El artista ha encontrado su estilo. Pienso en los fauves, en la fiereza de su arte casi salvaje al verlo de pronto. Y en casi  humano al disfrutarlo de cerca. La fiereza del color, tal  como lo usa Andres Rueda ,  se impone para decir con gritos rosas, azules, oros, reflejos de espejo en el agua –otro elemento con el que juega Rueda sin que advirtamos apenas que se trata de un juego de luces y de sombras reflejadas, de una simetría casi imposible,- que es otro Estambul, pero puesto al revés.  Una realidad transformada en fantasía y una fantasía hecha realidad. Con fuerza. Con mucha fuerza.  Una realidad, Constantinopla, que más podría ser un pretexto del autor para pintar  y lanzar sobre la tela esas masas de color luminoso, que una ciudad regia a retratar. 
Así lo decide él. Así lo exige su ánimo, su intención y su estilo.  Y nos enseña ese delicado y fugaz momento que encierra   la aventura de la exploración, la aventura del mirar un cuadro como  Fantasía en Istanbul.

CONCHI REVERIEGO ALMOHALLA







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